MARTIN MARGIELA
El creador belga más buscado es un diseñador de personalidad antimarca que se camufla entre el resto de batas blancas de su taller para evitar ser conocido. Nadie ha conseguido verle todavía y me refiero a nadie en cuando a editores, estilistas y público en general. Porque la moda también sabe deleitarnos en ocasiones con pequeñas joyas como esta. Su perfil no se ajusta a ninguno de los clichés que todos tenemos de lo que es un diseñador. No busca la fama, huye de ella. No se vende, se esconde. No crea moda ni la sigue, fabrica arte con ella. Porque es coherente con su filosofía de creador, es antimarca y antipromoción. No forma parte del show de la moda, pasa de las tendencias y se inspira en la calle. Porque tiene mentalidad de artista, no de diseñador de moda.
Sus desfiles no son a lo grande ni en sitios lujosos llenos de paparazzis. No utiliza grandes modelos ni gente del panorama social para mostrar sus obras. Posan sus amigas y gente que recoge por la calle. Y el escenario de sus creaciones… lugares de deshecho, de escombros, depósitos de ropa usada, andenes de Metro, o párkings fuera de uso. Llegar a sus desfiles es lo más parecido a seguir una gymkana para los invitados. Una vez realizó sin avisar dos pasarelas a la misma hora, una en blanco y otra en negro, en dos puntos distintos del barrio parisino de Montmartre. Y hasta ha llegado a prescindir de los pases para presentar su colección utilizando en su lugar videos sin música.
No se inspira en Asia o en los años 70 para crear sus colecciones, no se escuda en los colores para camuflar averías en la construcción y utiliza siempre colores neutros como el negro o el blanco.
Se inspira en prendas ya existentes, a partir de ellas crea sus obras que poseen un acabado completamente vanguardista, en algunos casos excéntrico, pero siempre alucinante. Pero para él y su grupo de trabajo su estilo no debe ser considerado vintage en el sentido que ha adquirido el término en estos últimos años. Su objetivo no es ese, parecer antiguo o mezclar estilos, sino crear moda variando una prenda ya existente, haciéndola más original, sofisticada y completa. Trata de dar una segunda vida a prendas descartadas por otros y a objetos cotidianos. Han transformado calcetines de uniformes del ejército en jerséis, sacos en vestidos y redes de pescar en trajes de noche. ¿Lo más raro que han utilizado? Capuchones de boli Bic, bolsas de plástico, zapatillas de ballet, reflectores de bicicleta, pestañas postizas… usan de todo para hacer Costura. Componentes textiles de todos los periodos y procedencias, la mayoría muy comunes. Cada objeto que obtienen se trabaja a mano en el taller parisino de la Maison y, en función de la complejidad del proceso, producen un número, siempre limitado, de prendas.
Margiela jamás concede entrevistas en persona, tan solo contesta preguntas a través del fax, y en muy contadas ocasiones. Sabemos que nació en Bélgica en 1947. Tras graduarse en la Royal Academy of fine Arts de la ciudad de Amberes, y trabajar con Jean Paul Gaultier, en 1988 fundó Maison Martin Margiela junto a su amiga Jenie Meirens.
En 1989 presentó su primer desfile en París llamado Destroy fashion. Este se caracterizó porque sus creaciones lucían los forros por fuera, las costuras visibles, en algunos casos, simplemente hilvanadas, vestidas por chicas que no eran modelos. La elite de la moda cayó rendida a sus pies; al final del espectáculo ya era un diseñador de culto.
Hoy su firma sigue vigente pero nadie conoce la cara de su creador. Aseguran que tratan de explorar nuevos enfoques de diseño pero que respetan las reglas y técnicas de confección, porque sino realizarían un trabajo experimental y no ropa para vestir. Así han conseguido que su ropa sea práctica y ponible aunque posea un toque renovador. Para distinguir un Margiela debes fijarte en las cuatro puntadas de hilo que se ven por fuera, donde está cosida la etiqueta. Esta es un trozo blanco de tela, la cual, fiel a su filosofía no lleva firma. La marca asegura: “Cuando creamos esta empresa, en la moda se anteponía la marca al diseño y quisimos llevar la contraria. La etiqueta blanca era una forma de rebelarnos contra la dictadura de los logos. Pero nos atrapó nuestro propio juego: los clientes piden en las tiendas que se la cosan de nuevo cuando se cae”.
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