8 dic 2012

Mi querido Monet,

Hoy os traigo algunas de las páginas de uno de los libros que más pedí que me leyeran y volvieran a leer cuando era pequeña. 

Recuerdo el día que me lo compraron como si fuera la semana pasada y creo que solo tenía cuatro años. Fue en Bilbao, en una tienda que se encontraba bajo unos soportales en un día de esos húmedos y con resol. La librería estaba al lado de un local del que a través del escaparte se podía ver una piscina de bolas de colores (imagino que sería el típico sitio para celebrar cumpleaños). Horas después cogería el segundo vuelo de avión en mi vida.





 "Los nenúfares son muy bonitos vistos desde lejos...
...¡pero cuando te acercas parecen borrones!" 



La página que más me gustaba era en la que se veían sus diferentes cuadros del puente japonés. Recuerdo que me fascinaba ver cómo podía cambiar tanto la impresión de Monet según el paso de los años. Y que cuando se hizo viejecito le salieron cataratas y se quedó casi ciego pero seguía pintando cuadros y casi todos eran de color rojo hasta que se operó y sus cuadros recuperaron los colores de antes. 


"-Ven aquí Linnea -dijo el señor Bloom-. Quiero que veas esto.
   -¿Por qué? -pregunté, pues ni siquiera me había fijado en aquel cuadrito. Era una marina con unas pequeñas embarcaciones al amanecer. El sol parecía un borrón anaranjado. 
   -Es un cuadro muy importante en la historia del arte -explicó el señor Bloom-. Se llama Impresión - Sol naciente. Monet pintó en él su impresión ante la luz del sol reflejada en el agua. A partir de entonces, los críticos de arte (los que escribían en los periódicos) empezaron a llamar impresionista a Monet. Pero no lo decían como cumplido. Pensaban que la representación pictórica de las impresiones del momento era una pérdida de tiempo. Los cuadros debían tener unos trazos precisos y cuidadosamente elaborados. Y tenían que ser también un poco grises y oscuros.
  
  Por aquel entonces los cuadros de Monet no gustaban a casi nadie. Vaya borrones decía la gente, pensando que no eran más que chapuzas sin terminar. ¡¡¡Y qué colores tan chillones!!!

  Sin embargo, a Monet no lo importaba lo que dijera la gente. No quería mezclar los colores con el negro. Quería pintar sus impresiones con vistosas pinceladas de color que brillaran y relucieran en sus lienzos y les dieran vida. Monet observó que no era sólo el agua lo que podía reflejar el sol. Las hojas también podían reflejar el sol, y tanto la piel como la ropa incluso los muros de piedra podían brillar algunas veces. 


  De todos modos, lo que más le gustaba pintar a Monet era el agua. ¿De qué color es el agua en realidad? En determinado momento, parece azul, y en el siguiente, parece blanca. Esos eran los pequeños instantes que Monet trataba de captar en sus cuadros. Pero no era fácil. Esos momentos desaparecen enseguida, y se necesitan muchos para pintar un cuadro.


  Durante toda su vida, Monet trató de pintar la impresión que le producía la luz. Y aunque nunca parecía satisfecho con el resultado, jamás dejó de intentarlo."