Durante el mes de julio y agosto pude compartir conversaciones con diferentes personas sobre el mundo en el que vivimos. La realidad de la que todos somos participes y por tanto responsables generadores de ella. Conversaciones profundas, de esas en las que todos opinamos tras habernos saciado con una buena comida. O aquellas que suceden en parques lejos de los sonidos de las bombas porque hemos tenido la "suerte" de solo ver eso en las películas y los telediarios.
¿Somos conscientes de ello? De lo que pasa en nuestro mundo, sí, sí, en el que vivimos. Y más profundo, ¿hacemos algo para que las cosas que no nos gustan cambien? ¿O simplemente nos limitamos a ser personajes pasivos de una historia de la que formamos parte sin querernos ver dentro de ella?
Es mucho más fácil hacer oídos sordos cuando las bombas no caen del cielo que nosotros vemos.
Pero este post no solo va sobre los conflictos que suceden lejos de nosotros. Va también sobre los que se dan día a día en nuestras vidas. Me gusta ver que la generación en la que he tenido la suerte de nacer es una generación que viaja. Y eso nos permite tener una visión más amplia del mundo en el que vivimos. Una generación que disfruta conociendo cosas y gente nueva. Hedonistas por excelencia. Aunque eso también traiga consigo un egocentrismo y egoísmo intrínseco que en realidad no nos deja ver más allá lo que realmente nos hace feliz no en el momento, sino a largo plazo.
Esto nos hace conocedores de diferentes realidades. Como decía mi profesora de geografía en el cole, no queremos ser turistas sino viajeros. "Bichear" la realidad, como ella decía. Pero sí que es verdad que muchas veces guardamos estas experiencias como fotos que subimos a la multitud de redes sociales que frecuentamos. Quedándonos con lo exótico y olvidándonos de que cuando volvemos a nuestra realidad las otras realidades siguen existiendo. Y que en la realidad que vivimos también hay cosas que hacer.
En mayo de este año cuando estudiaba la asignatura de Historia de la Cultura Contemporánea me daba cuenta de cuántas cosas hemos heredado de las influencias de épocas pasadas. Y cómo nuestra época es un mix de todas ellas enmarcada en un entorno digital, pero que persigue lo mismo que cuando lo digital no existía.
Este verano comentábamos que tendemos a vivir en un mundo de mezclas. Cada vez viajamos más, rompemos barreras y abrimos horizontes, aunque haya fronteras que cueste cruzar. Tanto físicas como mentales. En una sociedad en la que se trata de establecer que "todo vale", cuando realmente esta afirmación solo funciona para algunos parámetros que quizás no nos beneficien precisamente. Porque en mi opinión no todo vale.
Vivimos en un mundo en el que cada persona es un mundo. ¿Cómo queremos homogeneizar todos los esquemas? Por eso solo espero que nuestras diferencias nos hagan más diversos, más posibles de descubrir nuevas posibilidades, más conscientes de que en la diversidad está la clave, más amantes de lo que tenemos, con más ganas de compartir lo distinto. Y que veamos en ellas una oportunidad para crecer y no una amenaza que destruir.
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